Por Stefanie.
Un día, mi amiga Lourdes me dijo que no quería apadrinar a un niño del programa de Mediterránea porque le horrorizaba pensar que, si algún día no podía cumplir con su compromiso, se sentiría fatal a causa de ello. La verdad, al principio, me mosquée con ella. Pero…
Tenía razón. Porque en el caso de Mediterránea, sería como ella dice. Si Lourdes hubiera apadrinado y después no mantuviera su apoyo sin una razón potente… Sí… Para que nos vamos a engañar, le haría una enorme, gran, gigantesca faena a una familia desprotegida.
Por eso, los padrinos de Mediterránea son gente muy especial – porque los apadrinamientos son especiales. ¿Qué les hace diferentes?
Como alguna vez hemos comentado, en Mediterránea nos resistíamos a “apadrinar”, a pesar de que siempre hemos sido conscientes de que tiene más tirón poner cara a un niño, y pensar que se está ayudando a “ese “niño en concreto, que hacerse “socio”, un concepto más abstracto e intangible. Pero queríamos ser claros: siendo miembro de Mediterránea, se ayuda más que a un niño. Se apoya a toda una comunidad. A los niños, sí, pero también a los empleados de la escuela, a los proveedores locales, y, cómo no, a los padres y hermanos de esos niños. Así que, aún a riesgo de captar menos socios, decidimos ser honestos con lo que hacíamos y mantener el concepto “socio” frente al de “padrino”.
Sin embargo, como no hay nada como hacer planes para que la realidad te los eche por tierra, en nuestros viajes de trabajo a las escuelas de Akaki pudimos ver, en primera persona, como incluso dentro la miseria hay grados.
Pues aunque el criterio de selección de los alumnos de nuestras escuelas es la pobreza, incluso entre todas esas familias, que viven en situación muy precaria, había casos especialmente dramáticos. Un padre enfermo de VIH que no se deja vencer por la enfermedad y saca adelante – ejemplarmente, por cierto – a sus dos hijos… La abuela que saca adelante a su nieta con una pensión casi inexistente y se quita la escasa comida de la boca para dársela a ella… Chicos adolescentes, aún unos críos, que crían a sus hermanitas pequeñas, dejando el colegio para ir a trabajar en lo que sea cuando fallecen sus padres… Viudas que pierden a su marido y se quedan sin recursos para sacar adelante a sus niños…
Como conocemos la historia de cada niño, y, a través de ella, de cada familia (lo hacemos para asegurarnos que realmente son familias necesitadas de nuestro apoyo) descubrimos que había familias que necesitaban algo más para salir adelante. En ocasiones, hemos podido darles trabajo. A veces, incluso ayudándose entre ellos. Pero no bastaba para llegar a todos esos casos especialmente dramáticos. Y por eso nos atrevimos a iniciar el programa de apadrinamientos, posible gracias a todos los padrinos (y a Ana Calso, super eficaz e incansable coordinadora del programa, ¡gracias!).
Pero, como ya hemos mencionado, este es un programa muy especial. Porque las historias de estos niños no son historias creadas para conmover, ni para captar fondos. Son las historias, nada fáciles, de personas reales. De niños. De sus madres, padres, hermanos, de sus abuelos. De niños que, gracias a vosotros, tienen esa pequeña ayuda que les separa de la miseria más absoluta. Con vuestra ayuda no pueden dedicarse a vivir de un dinero que les llega sin hacer nada, ¡no! Pero este dinero les permite no tener que dejar su casa para dormir en la calle y para poder salir adelante mientras los pequeños crecen Y en muchos casos, el apadrinamiento permite vivir a madres y padres enfermos que, gracias a vuestra ayuda pueden comer, y eso les permite vivir y resistir bien a la enfermedad.
No hablamos por hablar. Lo decimos por gente como B. Una mujer con la que compartimos dos de los peores días de su vida: primero, aquel en que su marido le confesó que tenía VIH. Y, luego, dos días después, cuando vino, de nuevo llorando, para enseñarnos el resultado del análisis que le habíamos instado, y convencido para que se hiciera: como todos temíamos, ella también estaba infectada.
Y lloramos, lloramos todos, porque B. es madre, y mujer, y víctima de una enfermedad cruel con todos, pero inmisericorde con quien no tiene nada.
Prometimos ayudar a B., aunque casi no llegamos. Porque cuando ya por fin pudimos poner en marcha el programa de apadrinamientos, el marido de B. había fallecido, y ella, sin trabajo a causa del estigma de la enfermedad, y sin comida por la falta de ingresos estaba tan débil que no podía levantarse de la cama. Se estaba dejando morir. Pero ahora… B. está espléndida.
Gracias a los apadrinamientos, puede comer. Y eso basta para que pueda resistir perfectamente la medicación (los anti-retrovirales son gratuitos por parte del gobierno etíope) y hacer una vida totalmente normal.
Hace poco, dos años después de esos dos horribles días, volví a ver y a abrazar a B. y a su hija. ¡Qué diferencia frente a la mujer derrotada del pasado! Había dejado el negro de lado, y viste con colores vivos. Está guapa, muy guapa, y sonríe. ¡Sonríe mucho! Y está orgullosa de que su hija le llegue por los hombros, que sea una alumna ejemplar y que esté estudiando cada día. Mientras escribo, estoy mirando su foto, y la veo con una camisa y un bolso que le regaló su “padrino” y a su hija, con una diadema de colores y una chaqueta rosa, nueva y reluciente, que ha recibido desde España.
No le podemos fallar a B. Ni a los demás.
Porque estos no son niños elegidos al azar: son familias (porque la ayuda es para toda su familia, no sólo para ellos) que, gracias a vosotros, tienen una vida posible. Y, por tanto, necesitan que vuestro compromiso sea firme con ellos. No son rostros elegidos ni al azar ni para cubrir huecos: conocemos sus nombres, sus familias, sus casas… Y necesitamos que, si apostáis por ellos, lo hagáis con convicción. Porque sin vosotros, lo pasarían mal. Necesitan que os quedéis a su lado, y que si os comprometéis, lo hagáis de verdad.
Si, por la razón que sea, no podéis ayudar, no pasa nada: sed socios. Pero para ser padrinos, apostad a largo plazo. Porque, de verdad, sólo vosotros sois lo que les separa de la desesperanza.
Nos alegra muchísimo poder contar con padrinos como vosotros: sabemos que contamos con gente realmente especial para niños muy especiales.
De todo corazón, en su nombre, y en el de Mediterránea, gracias. Muchas gracias.
P.D. Lourdes no se hizo madrina, pero sí socia, ¡y sigue siéndolo!